miércoles, 18 de mayo de 2011

El Supermercado

Ayer me sentía como las pelotas. No es que las pelotas se sientan mal, no es que tengan complejo de inferioridad ni depresión endógena. En realidad, nunca he hablado con una pelota… Creo que he dejado que mi vida pase por delante de mí sin siquiera tomarme el tiempo de conversar con una pelota. Hasta ahora había asumido que no me iban a responder, sólo porque no tienen boca… Bah, y cómo las plantas les responden a las viejas que les hablan? Uno no lo ve, pero las viejas sí. Con esto no quiero decir que toda persona que le hable a las plantas sea una vieja. Perfectamente podría ser un joven buenmozo y fornido como yo. Aunque claramente hay plantas y plantas a las que hablarle… a un helecho se le puede hablar; a una betarraga no. Del mismo modo, a una pelota de playa se le podría hablar… a una de ping pong no.

Simplemente por el hecho de que te verías huevón.

Me quedé filosofando acerca de la autopoiesis e interacción medio ambiental de las esferas plásticas, mientras me seguía sintiendo mal. Tenía tos, fiebre, vómitos, diarrea, molestias urinarias, várices, caries, sangre de narices (de todas las narices), fractura de codo, piduyes, gonorrea, hemorroides, cerumen, lombriz solitaria, y no tenía plata en el celular. Tenía cuerpitis, eso que pasa cuando tai tan cagao que te le hincha el cuerpo. Como estaba cerca de la playa, decidí echarme a posar. Me paré y me eché de nuevo: Ahí empecé a reposar. Al cabo de 15 minutos, me quemé la espalda.

Así, con mi espalda jaibosa y el peshoh tomado, decidí ir al supermercado. Remedios tenía en la casa, pero no tenía cremitas para pasar mi quemadura de espalda. Entré a un pequeño supermercado del barrio: Se hacía llamar Jumbo y salía un elefante sonriendo en la entrada.

- “Qué simpático el elefante” – pensé

Iba a abrir la puerta y cuando estaba a dos metros de ella se abrió sola. Lo encontré bastante cool. Iba a entrar a comprar y había una barrera con una flecha azul. Iba a un metro y se abrió sola. Iba a coger un carro de supermercado, y confiado caminé hacia él. “En este supermercado todo se mueve solo”, pensé, al tiempo que buscaba donde estaban comprando los Supersónicos. Sin darme cuenta, tropecé con el carro. Como resultado, aparte de todo lo que tenía, me golpeé un testículo y lo tenía hinchado.

Agarré mi carro y lo empujé simplemente con tracción humana. Una vieja pasó al lado mío encima de un autito-carrodesupermercado, como haciéndome burla.

- “Vieja de mierda” – le grité

Me mostró el dedo. Me ganó. Ningún garabato, insulto, protesta o dictamen le gana al poder del dedo de una vieja con artrosis. Es superior. Punto.

- “Por lo menos huelo bien” – respondí como para salvar el orgullo. A esa altura no importaba: Punto para ella.

Entré al supermercado, a la sección Ventiladores.

- “Bienvenido a Jumbo, que tenga una buena compra” – me dijo un carabinero de azul

- “Gracias…” – en realidad quería llegar a la sección de bloqueador solar, pero me dio lata preguntarle a un carabinero.

Después me di cuenta que era un guardia.

- “Oye weon, donde están los bloqueadores?”

- “Y qué crei que fui a la escuela de carabineros pa responderle a rotos de mierda como vo, pelafustán ignorante?” – Mierda, era un paco realmente – “Documentos!”

Ahí cagué. Ni siquiera llevaba el carnet de identidad. Con toda mi cara de inocencia, que más bien parece de maricón estúpido, le pregunté:

- “Qué documentos, mi cabo?”

- “Su tarjeta Jumbo Más por favor”

Revisé mi billetera y no la tenía.

- “Perdóon, Perdóon, lléveme en cana, no tengo la tarjeta”

- “Vamos a pasar por alto esta vez su falta, pase pòr donde está la señorita para sacar su tarjeta Jumbo Más, y sin derecho a reclamos”

“Chucha este weon no será primo del padre Hurtado” pensé, ¡qué tipo más buena gente! Me di media vuelta y a los 3 segundos escucho un “Aaauuuh!”. Miré de nuevo, y la vieja había atropellado al paco.

- “Documentos!”

La vieja puso su cara de inocencia, que más bien parecía de sopaipilla achurrascándose

- “Qué documentos, mi cabo?”

- “Permiso de circulación y licencia para manejar carritos motorizados”

Hubo una discusión entre medio, hasta que la vieja intentó arañar al cabo y éste, en una maniobra espectacular, le hizo una llave de judo y un kame hame ha a la vieja.

- “Já já já já, el que ríe último ríe mejor” – le grite a la vieja. Me respondió levantándome el dedo. Nada le gana al dedo. 2-0 ganaba la vieja.

Llegué al stand donde se sacaba la tarjeta. Había una señorita muy buena moza, muy bien peinada, de muy buen timbre de voz y muy buena entonación. Me dijo “Muy buenos días” y me pasó un muy buen lápiz para firmar un muy buen documento. Le pregunté:

- “Qué es este *super seguro*”

- “Es un muy buen seguro” – respondió

- “Pero de qué se trata…”

- “Si le pasa algo, va a andar muy bien”

- “Sí, sí, pero no me está respondiendo… mire, yo no quiero……..” – en eso vi al paco detrás de mí. Me dio cuco y firmé no más.

- “Que tenga una muy buena compra” – me dijo la señorita. Ya no parecía tan buena. Como una esposa que después de la firma se transforma.

Amablemente nos despedimos haciendo el típico gesto de cabeza, ese en el cual hay que bajar el mentón 15 grados mientras se hace una rotación casual de entre 5 y 10 grados, para luego volver a la posición inicial en una velocidad constante. Antes de irme le pregunté dónde estaba la sección “Bloqueadores de sol”. Con una sonrisa en la cara replicó: “Ese no es mi trabajo, tiene que dirigirse a informaciones, al fondo del pasillo”.

La respuesta de la muy puta…

Caminé 20 días y 45 noches. Usted se preguntará qué hacía esos 25 días que no caminé, bueno, no sea sapo, no huevee. Caminé en total 800000 centímetros, equivalente a 8 kilómetros. Sí, camino lento, y qué. Me quedaban los últimos 5 metros para llegar, y en eso veo a la vieja pasar hecha una raja al lado mío, en su todo terreno carrodesupermercado.

- “No le voy a decir nada porque soy educado no más” – le dije; no quería de nuevo el dedo. Se dio vuelta y me dio el dedo. 3-0 la vieja…

Mientras esperaba a que la vieja preguntara en informaciones dónde estaban los tampones, escuché los anuncios por los parlantes, esos que vienen entre las versiones bossa nova de música popular.

- “Hoy las Jumbo Ofertas traen para usted 6 bloqueadores por el precio de 5, venga y disfrute nuestras ofertas en el pasillo 1”

El 1 weon, el 1!!! Estaba en el 45!!!

Partí al supermercado del lado; después de todo, me quedaba más cerca que ir al pasillo 1. Entré y saludé al carabinero de azul.

- “Buenos días mi cabo”

- “Qué cabo si soy guardia chuchetumare”

Qué genio el de estos tipos. Antes de entrar me persigné, después de todo, era un tal “Santa Isabel”. Le pregunté a una señorita muy buena moza que quién era esa tal Isabel.

- “Santa Isabel te conoce” – me dijo

- “En serio? Y de dónde?”

- “Ella te conoce…”

- “Mire, necesito…”

- “Bloqueador solar pasillo 5”

En verdad me conocía!

Fui corriendo al pasillo 5, estaban en promoción los bloqueadores: Lleve 15 y pague 14, por tan sólo $1499. Estaba barato, bien barato la verdad, pero ¿qué iba a hacer con tanto bloqueador? No, no, no, no, lero, lero, lero, lero, me voy a otro super.

Llegué a un tal “Líder”. Me pareció un poco egocéntrico el nombre. “Líder”. “El pulento”. “El bacán”. “El groso”. “El aquí te las traigo Pedro”. “El Chacal de Nahueltoro”. “El tarro con más duraznos”. “El coco con más leche”. Igual entré.

Ahí me saludó una señora que trabaja en la tele haciéndole los comerciales al supermercado. Me dijo que en líder tenían los precios más bajos siempre, todos los días. Fui al grano y pregunté por los bloqueadores.

- “Pasillo Epsilon” – me dijo. Pensé “ay las weonas, el ají más picante, la hierba con más cogollo, el poto con más mierda”

Iba caminando y le pregunté a un señor con casco dónde estaba el pasillo epsilon.

- “A 10 metros, hacia la izquierda”

- “Está seguro”

- “PALABRA DE HOMBRE!”

A los 10 metros doblé a la izquierda y entre al pasillo Epsilon. Agarré mi Rayito de Sol (curioso, porque protege del sol) y miré un letrero grande encima mío que presumía: “Rayito de Sol 2x1, 1399 pesos”. Era más barato que el otro supermercado, es cierto, me daban menos bloqueadores, pero era más barato. En eso noté un detalle. Le pregunté a una promotora:

- “Disculpe…”

- “Desea probar nuestro nuevo yogurt griego?”

- “No, quería saber si…”

- “De Danone, griego”

- “Sí, si sé, si debe ser rico pero…”

- “Debe ser? No lo ha probado?”

- “No, la verdad no”

- “Por qué no prueba nuestro nuevo yogurt griego”

- “Bueno, podría probarlo”

- “Me encantaría que lo probara, de qué sabor le gusta”

- “Bueno, tiene frutilla?”

- “No, de ése no me queda”

- “Vainilla?”

- “No, mire… vaya al pasillo delta y ahí están los yogurt griegos, saque uno de melocotón, lléveselo para la casa y pruébelo”

- “Muchas gracias, se pasó”

- “De nada, hasta luego”

Fui feliz a comprar mi yogurt griego. Me sentí ignorante en historia porque ni idea de que los griegos hacían yogurt. Llegué al pasillo delta y estaban los yogurt romanos. Pensé “Epa! Los griegos no hacían yogurt!”, aunque esos yogurt romanos se veían bien buenos. Tomé el de melocotón y miré el precio: “$349”. Ahí recordé el detalle que había notado antes: Todos los precios, de éste y de los otros supermercados, estaban escritos por la misma persona. Me puse a recordar mis viajes por el mundo, por el sudeste asiático, por Londres, por Moscú, por Miami Bitch, por Santiago de Compostela, por Springfield, por Fukushima, por Nueva Dheli y Vieja York, y todos los supermercados tenían esos precios, los mismos siempre, con números manuscritos, de plumón rojo ancho, que dibujaban un ocho con dos óvalos uno abajo del otro, con su longitud mayor de superior a inferior y derecha a izquierda. Esos números, tan familiares, tan únicos…

Pasé por la caja con mis bloqueadores.

- “Su RUT por favor?”

- “Para qué quiere mi RUT?”

- “Para que acumule puntos”

- “No, gracias”

- “Tiene tarjeta Presto”

- “Yo no le presto ni a usted ni a nadie nada!”

- “Yo le Presto"

- “Qué me presta?”

- “La tarjeta”

- “Cuál Tarjeta”

- “La Tarjeta Presto”

- “Lo haría por mí”

- “Sí, por supuesto”

- “Muchas gracias”

- “Déme su RUT”

- “Cómo no señorita”

Le di mi RUT. Simpática la niña. Se me ocurrió plantearle mi inquietud.

- “Disculpe, sabe que noté que todos los precios los escribe la misma persona, aquí y en todos los supermercados… quién es esa persona tan trabajólica?”

Hubo un minuto de silencio. Las cajas pararon de atender, las luces parpadearon, se escucharon murmullos. Escuchaba a lo lejos “se dio cuenta”, “nos descubrió”, “mátenlo”, “hay que asesinarlo”, “¿tendrá tarjeta presto?”, “es hora de colación”, “nos va a delatar”… Después de recibir órdenes por interno, me respondió, con más pánico que voluntad:

- “Sólo Wally lo sabe… muchos han escrito libros para encontrar a Wally… Wally puede andar entre multitudes, en otros tiempos, en tubitos de juguete llenos de líquido y escarcha, incluso en un mundo de los Wally… y es casi imposible encontrarlo, pocos lo han logrado…”

Quedé dubitativo, descolocado. Yo mismo había intentado encontrar a Wally con poco éxito. Pregunté:

- “¿Y dónde está Wally?”

- “Mire, justo, ahí viene”

Me di vuelta y encontré a Wally. “Hola Wally” le grité. “Hola Sanja” respondió. Bastante simpático el tipo.

Él sabía ese secreto, que al parecer tan bien guardado lo tenían las multinacionales multitiendas multiconvenientes. Le pregunté:

- “Estimado Wally, o Waldo para los españoles, quisiera saber: ¿Quién es el sujeto ominoso que traza con maestría precios y ofertas con cuidadoso destajo por el mundo financiero alimenticio?”

- “Las pelotas!” – me respondió Wally

- “Cómo que las pelotas”

- “Las pelotas!” – me respondió Wally

Me pareció grosero.

Iba saliendo del supermercado, y, como era diciembre, habían muchos niños dejando sus cartas de Navidad. Muchos pedían PlayStation, otros XboX, otros Wii. De pronto llegó un niño de antaño: Pidió una pelota. La verdad me conmovió, se veía pobre, inocente, esperanzado. Entré al supermercado de nuevo y le compré una pelota; cuando fui a regalársela se había ido.

Quedé un poco triste, ese pobre niño quizás no tuviera su regalo de navidad. Miré a la pelota y dije “Creo que no podrás hacer feliz ni a ese niño ni a mí, cierto pelota?”

- “Yo no opino lo mismo” – me respondió

La verdad nunca me había tomado el tiempo para conversar con una pelota.

- “Podremos ayudar a ese niño, pero primero tengo que ayudarte a ti… ¿Tienes alguna inquietud que atormente tu vida?”

Pensé en preguntarle si Osama estaba muerto, si alguna vez me casaría y me divorciaría, si iba a tener en el futuro alguna enfermedad grave, si el agua del inodoro realmente gira distinto en el otro hemisferio del mundo, si Dios existe y si existe por qué no me tiene buena. Pensé en preguntarle porqué los abuelitos ocupan poleras musculosas. Pensé en preguntarle porqué si el río suena es porque piedras trae, porqué no puede traer otra cosa. Pensé varias cosas, y al fin le dije:

- “Quiero saber quién es el sujeto ominoso que traza con maestría…….”

- “Ya, ya, ya, ya entendí, que traza con maestría precios y ofertas bla bla bla, esa wea querí saber?”

- “Sí, pelota”

- “Balón, don Balón y la boquita te queda donde mismo. Hasta tuve una revista un tiempo”

Era verdad. La boca me quedaba donde mismo. Prosiguió:

- “El sujeto que andas buscando viaja a velocidad impretérita por horizontes multicolores, se mueve sin combustible más que su magia caritativa, el frío no es capaz de corroer sus huesos, su corazón es….”

- “Ya, basta con la paja, quién es esa persona, pelota”

- “Balón hueón, balón”

- “Quién es esa persona, balón”

- “Deja ponerle suspenso”

- “Quién es por la chucha!”

- “Tienes tarjeta presto?”

- “Quién es!?!??!”

- “El viejo pascuero”

- “Qué!?”

- “El viejo pascueeehhhhhhhhhhhh…”

Ahí se le acabó el aire. No lo había notado, pero hablaba por el bombín y a cada momento botaba un poco de aire. En eso escuché a lo lejos…

- “Jo-jo-jo-jo…”

Miré al cielo… al cielo del supermercado, claro… Y lo vi! Lo vi! Ahí iba pasando el viejo pascuero. ¿Por qué creen que el techo del supermercado es tan alto, ah? Es por eso! Para dejarle espacio al trineo! Agarró un papel grande, y sacó de su entrepierna un gran plumón rojo con forma de genital masculino. Le escribió grande un 999 y se fue, tan raudo como llegó.

- “Viejooo!” – le grité. Sólo me miró y se detuvo un momento. Inflé la pelota y se la tiré. Le dije que era para el niño que había visto antes. Me hizo un gesto de comprensión y se fue.

Me fijé en el letrero que había escrito el viejo pascuero: Era la misma oferta que había comprado yo, pero 300 pesos más barata. Me dio tanta rabia, que entré y me robé un bloqueador.

Y al fin salí del supermercado. Mientras iba saliendo suena una alarma. “Me casharon conshetumare” pensé. Llegaron los guardias, me registraron y encontraron mi bloqueador robado. Mientras me llevaban a una sala especial para revisar mis partes ocultas, preciosas e íntimas vi a la vieja de mierda pasar en su carrito. Me dio el dedo. Le dije “métete el dedo en el hoyo, vieja de mierda”. Curiosamente me hizo caso y se lo metió. Touché, una para mí.

Terminé esa noche en la comisaría. Fue mi nonna Lucha a buscarme, y le expliqué todo. Cuando al fin le conté todo, se mandó una frase de aquellas:

- “Y pa qué querí bloqueador si ya te quemaste ya”

No importa, ya no me sentía como las pelotas. Ni como los balones.